jueves, 29 de enero de 2009

La sirena (II)

(este cuento empieza el 25 de enero, aquí)

Alguien entró entonces en casa y olisqueando el ambiente dijo:

- Chicos, ha debido ir bien la pesca hoy, ¿verdad? Huele a pescado toda la casa.

- Papá, no huele a pescado – replicó Ana –, huele a mar. La sirena ha traído el olor del mar…

Papá fue al cuarto de baño y se quedó pasmado cuando vio a aquella chica con cola de pez que, acurrucada en un rincón de la bañera, le miraba con cara de susto.

- ¿De dónde la habéis sacado?

- ¡La hemos pescado, papá, hemos pescado una sirena! – gritó alegre Pablo.

La sirena cada vez estaba más encogida en la bañera, los niños, al fin y al cabo eran pequeños, pero aquel señor era muy grande y tenía mucho pelo alrededor de la boca…

- ¿Es de verdad? – dijo el padre palpando con aprensión aquella cola escamosa, que se escurrió nerviosamente entre sus manos.

- ¿Podemos quedárnosla, papá, podemos quedárnosla? – pidió Pablo

El padre miró a la sirena, asustada y hermosa, muy hermosa, con unos ojos preciosos, y completamente muda, era una sirenita adolescente, si fuera una chica tendría a lo sumo dos o tres años más que su hija. En un instante pasaron por su cabeza todas las historias de sirenas que conocía… Ninguna terminaba bien.

- ¿Cómo vamos a quedarnos una sirena? ¿Dónde la vamos a meter?

- En la bañera estará muy bien – dijo Ana.

- ¿Y donde nos vamos a bañar nosotros?

- Podemos bañarnos con ella – dijo Ana – Así Pablo dejará de una vez su patito de goma...

- ¡Boba, yo ya no me baño con el patito de goma,! – dijo Pablo dándole un codazo a Ana.

- ¿Pero no véis que está muy asustada? No podemos tenerla ahí, en una bañera y fuera del mar.

- Solo tenemos que terminar de llenar la bañera de agua de mar y así estará en su medio… - continuó Ana - Hemos traído cuatro cubos y ha mejorado mucho su aspecto, mira, el pelo ya se le ve más rojo, como antes, ¿verdad, Pablo?

Pablo asintió. Era cierto, el pelo volvía a ser un poquito rojo, seguro que cuando llenaran toda la bañera con agua de mar regresaría su rojo intenso.

- Papá, por fa… - volvió a pedir Pablo

Papá dudaba, era difícil resistirse a las súplicas de sus hijos, ¿cómo no dejarles tener una sirena de mascota…? Pero también era cruel retener a esos ojillos verdes y asustados, que le encogían el corazón. Sin embargo, al final, ganaron sus hijos.

- No sólo habrá que traer agua de mar, necesitará conchas y estrellas de mar y caracolas… Asi se sentirá mejor – dijo por fin.

Tuvieron que hacer varios viajes a la playa para traer más garrafas con agua de mar y conseguir llenar la bañera. Por fin la sirena estuvo cubierta con agua, solo le salía la cabeza fuera. El pelo había recuperado su color rojo atardecer. Sin embargo sus ojos seguían tristes.

- Es que aquí no puede nadar, la pobre – dijo el padre, cuando la vio hundir su cabeza en el agua y dar una vuelta sobre sí misma para volver a sacar la cabeza sin perder su expresión triste.

- Bueno, pero aquí tiene más cosas del mar - dijo Ana y vertió un montón de conchas que guardaba en un cubo y unas cuantas algas que había recogido en la playa, además de un huevo de tiburón.

- Y esto será la playa – dijo Pablo echando arena de su cubo en la esquina entre la pared y el borde de la bañera.

Papá cogió la gran caracola blanca que guardaba en el salón y dijo acercándosela con ternura al oído a la sirena:

- Y aquí dentro encontrarás un poco de mar… -

La sirena escuchó el mar en la caracola y por un momento sus ojos brillaron. Tomó la caracola con sus manos y miró con extrañeza por su agujero, sin entender cómo en aquella caracola tan pequeña podía estar el mar tan grande… Volvió a ponerse la caracola en el oído y suspiró hondo, muy hondo, con nostalgia, cerrando los ojos. Así la vió papá quedarse dormida, oyendo el mar.
(continua el 31 de enero, aquí)

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