domingo, 4 de enero de 2009

¡Oh, blanca Navidad…!


Era una mañana de navidad. Nevaba y hacía frío. Habíamos hecho un muñeco de nieve en el jardín. Bueno, no, esto no es verdad. No nevaba. En Zaragoza nunca nieva. Así que no había muñeco de nieve. Y tampoco tenemos jardín, solo una pequeña terraza llena de macetas heladas. Nuestra vida es muy distinta a la de las series americanas, afortunadamente, porque si no, estaríamos oyendo risas enlatadas a cada chiste de papá. Pero sí que hacía frío. Mucho frío. Veía los árboles azotados por el cierzo en la ventana. Mi madre ponía el árbol y mi padre se esmeraba con el belén. Mi hermana y yo también colgábamos adornos en el árbol. Era todo muy bonito, pero nos faltaba la nieve. Es lo único que echo de menos de las series americanas.

Suspiré y le dije a mi madre:

- No parece navidad, no hay nieve.

Con su sentido práctico de siempre, mi madre contestó:

- Ahora sacamos el spray de nieve y decoramos las ventanas.

- Me refiero a nieve de verdad – exclamé enfadado.

Papá echó más leña al fuego:

- No te quejes, en Argentina estarán en bañador…

- ¿Ah sí? – dijo mi hermana pequeña – ¿Y no tienen frío?

- Es que allí es verano, tontina – le expliqué – Al menos allí podríamos tomarnos las uvas de Nochevieja en la piscina.

- ¡Eso sí que estaría bien! - exclamó mi madre.

- Aquí ni una cosa ni otra – seguí protestando -, ni nieve de navidad ni calor paradisíaco. Un cierzo que te atraviesa hasta los huesos y ni un miserable copo de nieve para darle alegría a esto.

Pusimos nieve de spray en las ventanas. Dibujamos con la nieve artificial un papá Noel, un árbol de navidad y escribimos:

¡FELIZ NAVIDAD!

Aquella tarde se paró el viento. Al día siguiente, cuando me acerqué a la ventana, los edificios de enfrente de nuestra casa habían desaparecido. Había una niebla blanca y espesa que no dejaba ver nada. Zaragoza es así: cierzo y sol o niebla heladora que lo cubre todo. Pero nada de nieve…

Yo estaba de muy mal gas. Quería nieve. Quería un paisaje navideño en mi ventana. ¿Y qué tenía? Una nube que lo tapaba todo y que helaba con sus manos cuanto tocaba.

A la mañana siguiente, día de Nochebuena, la niebla seguía cubriendo la ciudad. Como una manta, pero de puro hielo…

Mi padre puso un disco de villancicos y abrió la ventana para ventilar la casa.

Los villancicos inundaron el aire: "¡Oh, blanca Navidad…!" La niebla debió de contagiarse del espíritu navideño, porque hacia media mañana, cuando levantó un poco, encontré una bonita postal en la ventana. En el parque de debajo de casa, la niebla había helado los árboles y la hierba. Todo aparecía blanco, blanquísimo. Parecía que había nevado. Aquella niebla-nieve me había hecho un buen regalo. Hacía mucho frío, pero por fin, parecía Navidad.

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