viernes, 31 de diciembre de 2010

El nido



Ahora vivimos en los árboles. Hemos vivido en las dunas del desierto, en el fondo del mar, en un iglú forrado de pieles, en un barco en los mares del sur, en la ciudad de las mil torres, en las grutas de columnas doradas. Pero ahora vivimos en los árboles y es lo que más me gusta. Nos despiertan los pájaros antes de amanecer. Es algo molesto, nos hacen madrugar demasiado, pero generalmente, damos media vuelta, nos abrazamos y seguimos durmiendo. Un poco más tarde, los rayos de sol se cuelan entre las hojas y nos acarician los párpados. Nos levantamos y vemos el cielo en los huecos que dejan las hojas, y hacia abajo, los troncos y las grandes raíces. Saltamos de árbol a árbol, nos desplazamos colgados de las lianas. Vivimos en una penumbra verdosa, entreverada de rayos de sol. El bosque es grande, es difícil salir de él, es maravilloso perderse en él. Esa sensación de vivir entre el cielo y la tierra, sin pisar jamás el suelo, como flotando. Lástima que Adrián ya esté pensando en marcharnos otra vez. Dice que se aburre, de nuevo. Yo no me canso del susurro del viento en las hojas, ni del olor a tierra y hojas húmedas, ni de oír el picoteo del pájaro carpintero y su risotada de carraca. Me pregunto qué se le ocurrirá ahora. ¿Un globo entre las nubes? ¿Un palacio de cristal? Yo no necesito nada más: quiero hacer nuestro nido en estas ramas, para siempre.

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