lunes, 31 de enero de 2011

Reparto

Se me olvidó otra vez que los niños iban este fin de semana con su padre. Hemos repartido las casas, el coche, las cuentas corrientes, hemos roto por la mitad nuestros corazones... Pero no me acostumbro a partir a los niños. Claro que el pequeño siempre me lo recuerda con sus sabias palabras: "Hay que com-partir, mamá, lo dice la maestra". Me ha salido como Salomón, el niño.

domingo, 30 de enero de 2011

Deja tu amor en un chicle




En Verona, en la supuesta casa de Julieta, las parejas de enamorados dejan su amor pegado en un chicle, con sus nombres escritos para siempre. Chicles y más chicles empapelan (o enchiclan) las paredes llenas de amores pegajosos y corazones pintados...
Más tarde, Julieta aparece en el balcón y Romeo le declara su amor...


Cuando la lluvia llora


Llegué a casa con el impermeable mojado y el alma seca. Demasiados sentimientos se atravesaban en mi garganta. Miré por la ventana. La lluvia continuaba, veía el agua en el aura de las farolas. Una gota de lluvia, en el cristal de la ventana, cayó deprisa, atrapando en su camino más gotas para convertirse en un arroyo rápido que alcanzaba el borde de la ventana. Otra gota y lo mismo, más arroyos tristes corriendo en mi ventana. A veces no basta con que la lluvia caiga sobre nosotros para empaparnos de tristeza, a veces hay que ver la lluvia llorando en la ventana y es entonces, bajo el techo cubierto, cuando atraviesa el corazón con sus manos húmedas. Lloré, por fin. Mi impermeable ya estaba seco, pero ahora tenía el alma mojada.

domingo, 23 de enero de 2011

Caracola de ida y vuelta




Estoy en el sofá de mi cuarto de estar.
Me acerco una caracola al oído.
El sonido del mar entra por mi oreja.
Cierro los ojos.
El mar canta una canción que me balancea en las olas.
Mis ojos ven las olas que juegan a hacerse peinados de espuma blanca. La marea asciende hasta bañar mi cerebro. El sofá flota en el agua, las olas lo mecen suavemente. El mar empuja el sofá por el pasillo hasta el cuarto de baño. El mar arrastra también otros muebles, lámparas, una mesa, sillas que flotan en el baño. El mar se agita, encabritado. Veo con angustia el desagüe de la bañera, vamos directos hacia él. Me aferro al sofá. Estoy girando en un tremendo remolino, el agua se escapa por el desagüe, el sofá también es tragado por él. Se hace la oscuridad. Sigo bien sujeto al sofá, estoy chorreando agua. He perdido la caracola, pero continúo oyendo el ruido del agua, el chapoteo. Debo de estar en un túnel, una cloaca asquerosa, imagino, aunque no huele mal. Ahora, al final del túnel se ve la luz. El agua salta por la boca de una enorme tubería, caigo vertiginosamente pero sigo sin soltarme de mi barco-sofá. Amenizo en un río. Navego por él entre chopos y álamos, en su corriente tranquila. Una balda de estantería flota a la vera del sofá, la pesco y la utilizo a manera de remo para impulsarlo. Los cormoranes me saludan desplegando sus alas. Mi ropa también se va secando al sol, como las alas de los cormoranes. Llego a la amplia desembocadura. El sofá encalla en la playa. Bajo de mi barco y piso la arena con los pies descalzos. A mi alrededor están desperdigados los demás muebles de mi cuarto de estar, como los restos de un naufragio: la estantería con sus baldas inclinadas, la mesa patas arriba, las sillas con bolsas de plástico enredadas en sus patas, la alfombra hecha jirones. Me meto en el agua, nado como he hecho todos los veranos de mi vida. Al salir, siento los rayos del sol que calientan mi cuerpo. Paseo por la orilla y encuentro entre mis libros mojados la caracola. Me la pongo en el oído y escucho: el mar se oye cada vez más lejos, es casi un susurro, hasta que enmudece.
Bocinazos, frenos de autobús, gritos de niños. Abro los ojos: estoy en casa, tumbado en el sofá, la ventana abierta, con la estantería, la mesa, las sillas alrededor. La caracola nos ha traído de vuelta a casa.

sábado, 22 de enero de 2011

Batalla de gatos

De niña adoraba los animales. Pero mi madre no me dejaba tener uno en casa. Un día, abandonaron en el colegio cuatro gatitos en una caja de cartón. Me llevé uno de ellos a casa, era atigrado. Cuando mi madre llegó, me encontró sentada en un sillón acariciando el gatito en mi regazo. Siempre dice que le miré con unos ojos, que no pudo decir que no. El gatito se quedó en casa. Esa fue mi batalla ganada.

Al cabo de una semana, mi hermana le encontró un bonito corral en un pueblo donde vivir. Y el gatito se tuvo que marchar. Esa fue mi batalla perdida. Pero siempre que acaricio un gato, olvido la derrota y vuelvo a sentir el dulce sabor de aquella victoria.

martes, 18 de enero de 2011

Espejos


Los espejos son objetos misteriosos, puertas pulidas a otros hogares. Yo a veces he viajado por todo el edificio, de espejo en espejo, uno se mete por la puerta de su espejo y sale por el espejo del vecino del quinto, que está en pijama y afeitándose, después pasa a la vecina del tercero y se la encuentra pintándose el ojo con sombra azul celeste y brillante; en el cuarto, se refleja la ducha donde la joven se está aseando, me gustaría ducharme con ella, pero si lo hago, gritará, por eso me limito a mirarla. Conozco de ese modo los baños de todos los vecinos y he de decir que, excepto cuando acaban de ducharse con gel, todos los baños huelen mal. Lo malo es que no se puede elegir por qué espejo se va a salir (si fuera así siempre elegiría el del cuarto), no están ordenados por pisos ni nada de eso, se encuentran en fila y no pone primero A ni segundo B, así que cuando uno sale a un espejo puede encontrarse en una casa que nunca hubiera deseado estar. Y luego, sólo por casualidad se puede volver al propio espejo, porque lo más probable es que se salga a otro piso distinto y por tanto, haya que salir al rellano, y subir por la escalera (o bajar, según el caso) en albornoz hasta tu piso. Todo ello con la precaución de no encontrarse por el pasillo ajeno con un vecino de la casa por la que salimos, para que no nos acuse de allanamiento de morada.

Los espejos, nos ofrecen pues posibilidades infinitas. Una vez iniciado el viaje de espejo en espejo puedes decidir quedarte dentro del espejo ajeno e imitar los gestos del que se está mirando en ti, y contemplar su rostro extrañado de no reconocerse en tu rostro, aunque ese desconocido que él ve está haciendo exactamente los mismos gestos que él hace. Si puedes resistir la carcajada y eres un buen mimo, oirás un alarido de espanto fuera del espejo y contemplarás unos pelos de punta que tú no sabrás imitar: es el momento de batirse en retirada a otro espejo.

Con los niños es diferente, no me gusta asustar a los niños, ellos pueden pensar que hay un monstruo en el espejo y no es cierto, es sólo su vecino del séptimo paseándose de baño en baño. Por eso, cuando me encuentro con un niño, salgo y me pongo a su lado, le explico cómo puede meterse en el espejo, le doy la mano y lo introduzco conmigo. Generalmente el viaje les gusta y luego, cuando lo cuentan en su casa, todos creen que el niño tiene una gran imaginación. Ahora me encuentro con los niños viajando por el espejo y jugamos al pilla-pilla y al escondite y al chocolate inglés. Pero eso es demasiada bulla para la tranquila vida de los espejos y a veces alguno acaba rompiéndose en pedazos para desconcierto de los niños, que no vuelven a venir a jugar en bastante tiempo.

A veces, cuando salgo de un espejo me vuelvo para contemplarme en él, y me resulta extraño comprobar que yo, que ahora estoy fuera, dentro del espejo soy una imagen cuando en realidad acabo de salir del espejo y por lo tanto, cuando estaba dentro no era una imagen, sino yo mismo. Es complicado de explicar, lo sé, pero ese desdoblamiento de uno mismo en yo real e imagen se me hace insoportable y por eso pienso que los espejos mienten. Estoy a punto de descolgar el espejo mentiroso de mi cuarto de baño, pero... Los espejos dan tanto juego, tantas posibilidades de viajar, que siempre acabo desechando la idea.

domingo, 16 de enero de 2011

Mi tío Jesús


Mi tío Jesús vivía con mi tía Matilde en una casita pequeña con geranios en las ventanas. Mi tío Jesús tenía un 600 rojo. Todo era pequeño, pero mi tío Jesús era grande y bueno, muy bueno. Siempre estaba de buen humor y jugábamos al rabino con mis otras tías y nos contaba que de joven quería ser torero. También podía ponerse serio, pero nunca estaba serio con sus sobrinos. Mi tío Jesús tenía un pájaro, Lucas lo llamaba, y como era el nombre de un vaquero de una serie de televisión, muchas veces me imaginaba aquel pájaro con sombrero vaquero y rifle, un pobre diablo despeluchado que acababa de entrar en el saloon. Nunca me gustaron los pájaros enjaulados, así que yo no le tenía mucho aprecio, a pesar del cariño que le profesaba mi tío Jesús. Él le llamaba (¡Lucas, Luquicas!) y le silbaba, le ponía agua para bañarse, le limpiaba la jaula y le daba de comer.
Ibamos de excursión al campo y de aquel 600 salía una nevera roja con cerveza y gaseosa y naranjada, y tortilla de patata y una bolsa con un termo de comida y otro de café y más comida, y otra bolsa con las toallas de baño y los bañadores, y una hamaca para tumbarse y mi primo Javi y mi tía Matilde y a veces el primo Jesús Angel… En un 600 cabía mucha vida y muchas ilusiones de domingos de tortilla de patata y chorizo de Pamplona y mosquitos al atardecer…
Mi tío Jesús nos ha dejado y yo me acuerdo de tantas cosas, que se me quedan en el corazón atravesadas. A mi tío Jesús le mando un beso, un beso en la mejilla, como los que le daba cuando era niña, cuando no pensaba que algún día podría marcharse para siempre.

Una sola palabra


Nadie, en varios kilómetros a la redonda, sabría decir su nombre. Esas criaturas que ahora les dominaban sólo emitían sonidos guturales, habían prohibido su lengua. Echaba de menos las palabras de su pueblo. Habló en voz alta únicamente porque necesitaba escucharlas, para no olvidarlas: Reykarak, tú eres el único que recuerda la profecía, tú lo conseguirás.

Huiría esta noche. Se había hecho amigo de un caballo, ellos aún entendían su lengua. Cuando todos durmieran, el caballo vendría a buscarle. Cabalgaría toda la noche. Y cuando la palabra libertad resonara en la cúpula del templo de Mur, los hombres hablarían de nuevo y los sonidos guturales serían ahogados por sus palabras.

martes, 11 de enero de 2011

11-ene -11

En una fecha capicúa, 11-ene-11.
A las 11:11 (una hora capicúa).
Compré un número de la once (seguimos con el 11 y capicúa).
El 11111 (demasiados onces…)
Dicen que los capicúas dan buena suerte.
Pero no me tocó.

viernes, 7 de enero de 2011

El carrusel


- Una semilla en esta tierra desolada, ¿crees que germinará? Todos nuestros sueños están en ella.
- Tenemos agua y el carrusel nuevo, contestó su hermano.
Ambos se alejaron arrastrando los pies, levantando un polvo blanco y seco.
Un niño miraba por la ventanilla del avión:
- Mira papá, la tierra se ha vestido de lunares verdes…
- Eso es un regadío de carrusel - explicó el padre -. Los surtidores giran en círculo y allí donde cae el agua, nace el trigo verde.
El niño vio un carrusel de caballos blancos, que giraban regando la tierra. Dos hombres cabalgaban en el carrusel. Ya no habría más polvo bajo sus pies.
* * * * *
Microrrelato presentado en Relatos en cadena, concurso de cadena ser.

domingo, 2 de enero de 2011

Año nuevo, vida nueva


Llegó el año nuevo. Una vez más, pensó que debía cambiar.
Se lavó la cara con agua de rosas y se echó colonia en sus cuatro pelos. Cambió el café por té de jazmín para desayunar. Tiró su sombrero viejo a la basura y se caló un gorro de lunares rojos. En vez de reloj, se puso un broche de estrella en la solapa del abrigo. La bufanda de rayas de colores sonreía alrededor de su garganta, como una serpiente disfrazada para carnaval. Se calzó las botas nuevas y salió a pasear.

El primer día del año. En lo alto habían puesto un cielo limpio, muy, muy azul. Las calles parecían recién estrenadas, como si él fuera el primero en pisarlas. A pesar de todo, su corazón seguía siendo el mismo de siempre, viejo y derrotado.

Se cruzó con la vecina del quinto, hasta ella estrenaba sonrisa, a juego con su abrigo rojo: ¡Buenos días, Andrés, feliz año nuevo! Este sol de año nuevo calienta el corazón, ¿verdad? Andrés la miró a los ojos - era la primera vez que lo hacía - y en ellos encontró el sol brillando. ¡Feliz año nuevo, Carmen!, contestó.

Dicen que muchos pequeños detalles son los que hacen grandes cambios. Además del gorro, las botas nuevas, la sonrisa de Carmen, algo más había cambiado, sí. Su forma de mirar.

sábado, 1 de enero de 2011

Perezoso sol de año nuevo

Hoy el sol se ha levantado con la marcha Radetzsky del concierto de año nuevo. Con los primeros compases y las palmas suaves, sus rayos han entrado por la ventana para bailar en nuestro cuarto de estar. Después se ha vuelto a meter entre las nubes a dormir un rato más, ha debido pasar una nochevieja movidita. Por fin se ha sentado en nuestra mesa a la hora de comer - hemos comido muy, muy tarde -y ha toquiteado nuestros langostinos, ha aspirado el aroma de las doradas al horno y ha hecho brillar las burbujas de cava. Charlando en la sobremesa, no nos hemos dado cuenta de que la noche ha llegado pronto, y se lo ha llevado otra vez a dormir. Qué poco dura el sol de año nuevo.

Haiku de año nuevo










Cada año nuevo
estrena un cuaderno
para tus sueños


* * * *


¡Feliz año 2011 a todooooos!