martes, 18 de enero de 2011

Espejos


Los espejos son objetos misteriosos, puertas pulidas a otros hogares. Yo a veces he viajado por todo el edificio, de espejo en espejo, uno se mete por la puerta de su espejo y sale por el espejo del vecino del quinto, que está en pijama y afeitándose, después pasa a la vecina del tercero y se la encuentra pintándose el ojo con sombra azul celeste y brillante; en el cuarto, se refleja la ducha donde la joven se está aseando, me gustaría ducharme con ella, pero si lo hago, gritará, por eso me limito a mirarla. Conozco de ese modo los baños de todos los vecinos y he de decir que, excepto cuando acaban de ducharse con gel, todos los baños huelen mal. Lo malo es que no se puede elegir por qué espejo se va a salir (si fuera así siempre elegiría el del cuarto), no están ordenados por pisos ni nada de eso, se encuentran en fila y no pone primero A ni segundo B, así que cuando uno sale a un espejo puede encontrarse en una casa que nunca hubiera deseado estar. Y luego, sólo por casualidad se puede volver al propio espejo, porque lo más probable es que se salga a otro piso distinto y por tanto, haya que salir al rellano, y subir por la escalera (o bajar, según el caso) en albornoz hasta tu piso. Todo ello con la precaución de no encontrarse por el pasillo ajeno con un vecino de la casa por la que salimos, para que no nos acuse de allanamiento de morada.

Los espejos, nos ofrecen pues posibilidades infinitas. Una vez iniciado el viaje de espejo en espejo puedes decidir quedarte dentro del espejo ajeno e imitar los gestos del que se está mirando en ti, y contemplar su rostro extrañado de no reconocerse en tu rostro, aunque ese desconocido que él ve está haciendo exactamente los mismos gestos que él hace. Si puedes resistir la carcajada y eres un buen mimo, oirás un alarido de espanto fuera del espejo y contemplarás unos pelos de punta que tú no sabrás imitar: es el momento de batirse en retirada a otro espejo.

Con los niños es diferente, no me gusta asustar a los niños, ellos pueden pensar que hay un monstruo en el espejo y no es cierto, es sólo su vecino del séptimo paseándose de baño en baño. Por eso, cuando me encuentro con un niño, salgo y me pongo a su lado, le explico cómo puede meterse en el espejo, le doy la mano y lo introduzco conmigo. Generalmente el viaje les gusta y luego, cuando lo cuentan en su casa, todos creen que el niño tiene una gran imaginación. Ahora me encuentro con los niños viajando por el espejo y jugamos al pilla-pilla y al escondite y al chocolate inglés. Pero eso es demasiada bulla para la tranquila vida de los espejos y a veces alguno acaba rompiéndose en pedazos para desconcierto de los niños, que no vuelven a venir a jugar en bastante tiempo.

A veces, cuando salgo de un espejo me vuelvo para contemplarme en él, y me resulta extraño comprobar que yo, que ahora estoy fuera, dentro del espejo soy una imagen cuando en realidad acabo de salir del espejo y por lo tanto, cuando estaba dentro no era una imagen, sino yo mismo. Es complicado de explicar, lo sé, pero ese desdoblamiento de uno mismo en yo real e imagen se me hace insoportable y por eso pienso que los espejos mienten. Estoy a punto de descolgar el espejo mentiroso de mi cuarto de baño, pero... Los espejos dan tanto juego, tantas posibilidades de viajar, que siempre acabo desechando la idea.

2 comentarios:

F dijo...

Muy bueno tu juego con los espejos (el literario y el narrado). El primer párrafo en concreto es genial porque introduces en la historia de una manera sencilla y creíble y a partir de ahí el resto va rodado.

Para una segunda parte, lo espejos de las habitaciones.

Un abrazo

puri.menaya dijo...

Gracias, los espejos y su reino al otro lado... Los espejos de las habitaciones son muy sugerentes, sobre todo en los dormitorios, prometen aventuras eróticas...