sábado, 13 de julio de 2013

Sueño levensráumico

Esta noche he tenido un sueño claramente influido por el argumento de la nueva novela audiolibro de Pablo Gonz, Levensráumica, novela 35. Podéis escuchar su novela en la nube aquí.  O bien pedir que os la envíe (la regala a quien la solicite) aquí. Si la escucháis, descubriréis qué tienen en común mi sueño y su novela.

* * *

Nuestro antiguo piso, en el séptimo cielo, toda la hilera de balcones


Me desperté en la cama de matrimonio de una habitación que se parecía a la de mis padres de nuestra antigua casa familiar. Sin embargo, había algo que la hacía diferente. Tenía el mismo balcón, cercano a la avenida, por el que entraba el sol de la mañana, pero con las puertas abiertas se oían las voces de la gente que pasaba por la calle como si estuvieran ahí mismo y eso era lo extraño, porque nosotros vivíamos en un séptimo piso. Entonces recordé que había dormido en la habitación que nos había prestado el vecino del primero izquierda, porque teníamos invitados en casa y había tenido que cederles mi habitación. El vecino (dueño además de la mayor parte de pisos arrendados de la casa) nos había dejado que yo durmiera allí. Pensé que debía vestirme para salir de la habitación, pues me encontraría con los dueños de la casa. Pero el resto del piso parecía vacío, al menos no se oía ningún ruido. Mientras me recomponía del sueño, aún en la cama, alguien intentó entrar en el piso, oí la llave en la cerradura. Como yo había echado el pestillo, no pudieron abrir. Pensé que se trataría de los dueños de la casa y me apresuré en levantarme y vestirme para salir a abrirles. Me puse unas mallas elásticas con dibujos geométricos en blanco y negro (que tenía allá hacia mis veinticinco años) y una camiseta. Entonces aparecieron mis padres y la habitación se convirtió en un comedor-cocina-sala de estar. Mi madre estaba empeñada en poner la mesa para la comida, para que los dueños se lo encontraran todo preparado, sería un buen detalle. Ella rebuscaba en los armarios y cajones el mantel, los platos, los cubiertos. 
Yo trataba de quitarle de la cabeza aquella idea descabellada: seguramente la dueña se lo tomaría mal porque mi madre no tenía por qué registrar sus armarios, era una intromisión en su intimidad. Sin embargo mi madre seguía convencida de que debía hacerlo como agradecimiento al favor que nos habían hecho de prestarnos la habitación. Tenía cierto temor a que los dueños algún día les quitaran el alquiler de renta antigua del que disfrutaban entonces, con alguna estratagema legal y deseaba estar a bien con ellos para que eso no ocurriera. Pero no encontraba mantel adecuado, solo un hule feo, marrón, que parecía hecho de papel de cigarros puros. “Cómo vas a poner esa porquería”, le decía yo, pero ella seguía y seguía con su afán de poner los platos, los vasos, los cubiertos. Cuando lo tuvo todo puesto, cogió el tablero y se le ocurrió colocarlo bajo los cojines del sofá. Ahí estaba yo observando alucinada el tablero, con mantel y platos, con los cojines encima y sobre todo ello, una tela que protegía el sofá de los roces y del polvo.


Y entonces apareció un cura vestido con traje negro, de coronilla redonda.

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Notas adicionales para entender el sueño:

Mis padres vivieron en esa casa de alquiler unos cuarenta años, todos los pisos pertenecían a una familia y en el segundo piso vivía la hija del dueño. Cuando mi padre decidió por fin comprar el piso tras pensárselo durante un par de años después de una oferta del dueño, este se murió a los pocos meses sin que se produjera la compra. La viuda emprendió una batalla legal alegando que quería ese piso para otra de sus hijas, única manera que había entonces de hacerse con un piso alquilado con renta antigua. Y mis padres se quedaron de patitas en la calle.

En el primer piso vivía un cura, aunque no se parecía nada al que aparecía en el sueño.

No sé porqué os cuento todo esto, mira tú que os importará a vosotros todo esto, pero aquí está.

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